En ocasiones surge la pregunta: ¿Por qué los miembros de La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días afirmamos que nuestra iglesia es
la única verdadera?
Para algunos es una muestra de soberbia de nuestra parte. Otros reciben
nuestra afirmación como un ataque a sus creencias. Muchos sostienen lo mismo
respecto de su propia denominación religiosa.
Existen quienes discrepan con nuestro testimonio pues entienden que son
variados los caminos que llevan a Dios, bastando que, por seguirlos, cada uno
se torne una persona mejor, más caritativa, más servicial, más bondadosa.
Existen también quienes afirman que ni siquiera somos cristianos pues
interpretan que adoramos a un Cristo diferente del que presenta la Biblia.
Por otro lado, al constatar que, además de la religión cristiana,
existen muchas otras religiones entre los pueblos diseminados por el planeta, y
que el número de ateos está creciendo sostenida mente, un observador objetivo
podría concluir que, con respecto al conocimiento de Dios, existe un caos
mundial.
En un estudio reciente, llevado a cabo por eruditos en la materia, se
han contabilizado unas 10 000 distintas religiones. De ellas 150 tienen un
millón o más de fieles. Ese estudio, que llevó más de diez años de trabajo,
contó que, dentro del cristianismo, existen unas 33 820 denominaciones.
Según sus autores, “una denominación es definida... como un agregado de
centros de culto organizados o congregaciones con una tradición eclesiástica
similar dentro de un país específico; esto es, como una iglesia cristiana
organizada o tradición o grupo religioso o comunidad de creyentes, dentro de un
país específico, cuyos congregantes y miembros son llamados por la misma
denominación o nombre en diferentes lugares, considerándose a sí mismos como
una iglesia cristiana autónoma distinta de otras denominaciones, iglesias y
tradiciones. De acuerdo a esta definición, el mundo cristiano se compone de
seis grandes bloques eclesiástico-culturales, divididos en trescientas
tradiciones eclesiásticas principales, compuestos por más de 33,000 distintas
denominaciones en 238 países, estas denominaciones a su vez compuestas por
aproximadamente 3.400,000 centros de culto, iglesias y congregaciones.”
A la luz de estas estadísticas, de las declaraciones contradictorias
que se oyen por doquier, de los conflictos y de las divisiones que separan a
quienes manifiestan profesar el objetivo común de una justicia y paz mundiales,
podría deducirse que el hombre no está capacitado para conocer la Verdad o que
ésta, en definitiva, no existe.
¿Qué podemos responder los Santos de los Últimos Días ante tales
planteamientos?
Dado que nuestra posición no
es de confrontación ni pretendemos otra cosa que “reclamar el
derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia
conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren
cómo, dónde o lo que deseen” y dado que hemos sido comisionados por
Jesucristo para “hacer discípulos a
todas las naciones” debemos dar nuestro testimonio al mundo con espíritu de “mansedumbre y humildad”
De manera que si un investigador sincero nos preguntase por qué debería
unirse a nuestra Iglesia, ¿qué le responderíamos? En lo que sigue veremos
algunos fundamentos sobre los cuales descansa la certeza de un testimonio, fundamentos
sobre los cuáles tanto los
investigadores como nosotros mismos podemos edificar la fe.
Una casa de orden
En la trascendental sección 132 de Doctrina y Convenios existe una
declaración decisiva: “He aquí,
mi casa es una casa de orden, dice Dios el Señor, y no de confusión”
¿Podemos imaginar un Dios que avale la confusión, un Dios que se
contradiga o dé su beneplácito a una diversidad de creencias que los hombres
profesen respecto de Su naturaleza y Su voluntad?
Pablo, el apóstol, sabía que sólo en el orden podía encontrarse la
verdad. Para él era claro que sólo existe “un Señor, una fe, un bautismo”
No se nos ha dejado huérfanos...
Poco antes de sufrir el tormento del sacrificio expiatorio, Jesús
instruyó a Sus discípulos preparándoles para lo que sería el ministerio sin Su
presencia física entre ellos. Les prometió que no quedarían solos para predicar
el Evangelio.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre:
“El Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le
conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en
vosotros.
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”
“Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi
nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he
dicho.”
“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu
de verdad, el que procede del Padre, él dará testimonio de mí.”
En esta última dispensación, el Señor volvió a reiterar estos
principios:
“Por tanto, de cierto os digo, alzad vuestra voz a este pueblo;
expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis
confundidos delante de los hombres;
“porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir.
“porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir.
“Más os doy el mandamiento de que cualquier cosa que declaréis en mi nombre se
declare con solemnidad de corazón, con el espíritu de mansedumbre, en todas las
cosas.
“Y os prometo que si hacéis esto, se derramará el Espíritu Santo para testificar de todas las cosas que habléis.”
“Y os prometo que si hacéis esto, se derramará el Espíritu Santo para testificar de todas las cosas que habléis.”
El testimonio es algo personal. No se puede prestar. Solamente a través
del Espíritu Santo es posible alcanzar un testimonio acerca del Evangelio
Restaurado. El desafío de Moroni es la clave para recibir la certeza de la
veracidad del mensaje de nuestra Iglesia:
“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a
Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas;
y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en
Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;
“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.”
“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.”
La clave de nuestra religión
En Historia de la Iglesia, se registra la siguiente afirmación del
profeta José Smith:
“Declaré a los hermanos que el Libro de Mormón era el más correcto de
todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un
hombre se acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier
otro libro.”
El presidente Ezra Taft Benson explicó:
“No es sólo que el Libro de Mormón nos enseña la verdad, aunque en
realidad así lo hace; no es sólo que el Libro de Mormón da testimonio de Cristo,
aunque de hecho también lo hace; hay algo más que eso. Hay un poder en el libro
que empezará a fluir en la vida de ustedes en el momento en que empiecen a
estudiarlo seriamente. Encontrarán mayor poder para resistir la tentación,
encontrarán el poder para evitar el engaño, encontrarán el poder para
mantenerse en el camino estrecho y angosto. A las Escrituras se las llama 'las
palabras de vida' (véase D. y C. 84:85), y en ningún otro caso es eso más
verdadero que en el caso del Libro de Mormón. Cuando ustedes empiecen a tener
hambre y sed de esas palabras, encontrarán vida en mayor abundancia.”
Quien obtiene un testimonio a través del Espíritu Santo de que el Libro de Mormón es la palabra de
Dios tal cual lo enseña la Iglesia obtiene, a la vez, un testimonio de que José
Smith fue un profeta, que el Evangelio ha sido restaurado en estos últimos días
y que toda la cadena de hechos, principios, doctrina y conocimientos revelados
desde aquella primavera de 1820 al presente son verdaderos.
la autoridad de Dios
Íntimamente ligado con el concepto de orden, está el concepto de poder. Desde el momento que el hombre
acepta que Dios es todopoderoso, no le es posible imaginar siquiera los
alcances de ese poder. Sin embargo, en todas las denominaciones que predican a
Dios, se afirma que el poder de Dios está en ellas y es administrado por sus
representantes.
El ejercicio del poder implica necesariamente la delegación del mismo
por parte de la fuente de poder; en este caso, Dios. Ello nos lleva al tercer
concepto esencial sobre la cual debe descansar la relación de Dios con el
hombre: autoridad para
ejercer ese poder.
Por más buenas que sean las intenciones de una persona y por más
caritativa que resulte su obra, no puede alegar una representación legítima
como siervo enviado de Dios a menos que le haya sido conferida la autoridad
“para predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas.”
La conjunción poder-orden-autoridad necesariamente
implica que, cuando Dios establece Su evangelio entre los hombres, lo hace a
través de una única institución donde Su voluntad se manifiesta de manera
unívoca, clara y organizada. Sólo así la luz disipa las tinieblas y Su pueblo
se vuelve “uno en corazón y voluntad”. Sólo así es posible que la oración
intercesora que Jesús elevó a Dios antes de experimentar el sacrificio
expiatorio se haga realidad:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos;
“para que todos sean uno, como
tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me enviaste.
“Y la gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros
somos uno.
“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en uno, para que el mundo conozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos, como también a mí me has amado.”
“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en uno, para que el mundo conozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos, como también a mí me has amado.”
Lo que edifica es de Dios
A lo largo de la historia Dios ha revelado “muchos grandes e importantes
asuntos pertenecientes al reino de Dios”18 y continuará
haciéndolo. Felizmente muchas de esas verdades reveladas se encuentran
contenidas en innumerables credos y organizaciones religiosas. Los Santos de
los
Últimos Días creemos en la verdad cualquiera sea el lugar donde se
encuentre. Además del respeto que todos los credos nos merecen, nos alegramos
de las porciones de verdad que se encuentran en ellos, puesto que, dice el
Señor, “cualquier cosa que persuada a los hombres a hacer lo bueno viene de mí;
porque el bien de nadie procede, sino de mí “Y en tanto que los hombres hagan
lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa.”
Aun así, a la luz de lo expuesto y no pudiendo negar lo que el Espíritu
Santo nos ha comunicado, decimos con humildad y espíritu de mansedumbre que La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es “la única iglesia
verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual... el Señor,
está bien complacido, hablando a la iglesia colectiva y no individualmente...”
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