sábado, 12 de julio de 2014

EL SIGNIFICADO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN

El sol se levanta sobre el vasto paisaje urbano de Jerusalén, e ilumina los blancos muros de la antigua ciudad y se levanta sobre los edificios. Al norte de los muros, se halla un apacible jardín.


Poco después, llegará una multitud de turistas y se sentarán en los bancos que dan al jardín. Algunos bajarán por las escaleras hasta el punto más bajo del jardín, escondido discretamente tras una puerta de piedra, y observarán con reverencia en la oquedad de la roca donde se colocó un cuerpo hace más de dos mil años. Al salir, notarán un cartel en la puerta que dice: “No está aquí, porque ha resucitado”.


Los turistas no vienen al Jardín del sepulcro porque crean que allí fue donde Jesús fue enterrado, sino que vienen porque tienen la esperanza de que aquí es dónde Jesús hizo lo que nunca se había hecho antes: Él volvió a vivir.

Dios envió a Jesús a la tierra a enseñarnos una mejor manera de vivir. Aunque Su ministerio duró sólo tres años, Sus enseñanzas han influido en millones de personas durante casi dos milenios. Pero el regalo más grande que Jesús nos dio fue Su vida. Él pagó el precio de nuestros pecados, murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, abriendo así el camino para que volvamos a vivir con Dios algún día.




Lucas 22:44

Y ESTANDO EN AGONÍA, ORABA MÁS INTENSAMENTE; Y ERA SU SUDOR COMO GRANDES GOTAS DE SANGRE QUE CAÍAN A TIERRA.

La noche anterior a Su muerte, Jesús visitó un huerto en la parte oriental fuera de los muros de Jerusalén, llamado Getsemaní. Dejó a Sus apóstoles en las afueras del jardín; caminó sobre la hierba cubierta de rocío, pasó por los retorcidos olivos y se dirigió un poco más hacia el interior.

Él se había preparado toda la vida para este momento, siguiendo con esmero los mandamientos de Su Padre en cada paso, en cada aliento que tomaba. Ahora había llegado el momento. Aunque oró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa”, Él aceptó que esa era Su carga, una carga que debía soportar Él solo. Él era el único que podía liberarnos de las terribles consecuencias de nuestros pecados.

En la frescura de la noche, se arrodilló y empezó a orar. Aunque no entendamos plenamente cómo, Él tomó voluntariamente sobre Sí nuestros pecados y pesares, y sufrió en cuerpo y espíritu todo pecado, tristeza, error e imperfección de cada uno de nosotros. El dolor que lo azotó era abrumador, intenso e infinito. La sangre brotó de Sus poros a medida que esta carga extremadamente pesada lo hizo temblar de dolor.

Lucas 22:48

PERO JESÚS LE DIJO: “JUDAS, ¿CON UN BESO ENTREGAS AL HIJO DEL HOMBRE?”
En algún momento de esas horas que parecían interminables, el dolor cesó. ¡Si tan solo esa hubiera sido la única carga que tuvo que soportar! Al reunirse con Sus discípulos a las afueras del jardín, vieron las antorchas a la distancia que se acercaban con paso seguro.
Los rostros amenazantes de hombres armados con espadas y palos destellaban a la luz de las antorchas. En medio de la multitud salió Judas, el apóstol de Jesús.
“Maestro”, dijo Judas, y besó a Jesús en la mejilla.
“¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?”








Marcos 15:17–18

Y LE VISTIERON DE PÚRPURA Y, PONIÉNDOLE UNA CORONA TEJIDA DE ESPINAS, COMENZARON A SALUDARLE: ¡SALVE, REY DE LOS JUDÍOS!

Las crueldades del día siguiente han resonado por siglos: los gritos de “¡Crucifícale!” mientras estaba frente a Pilato con las muñecas atadas como un criminal; el látigo de hueso y metal le laceró la espalda una, dos, treinta y nueve veces; el manto púrpura se empapó de Su sangre mientras los soldados le clavaban una corona de espinas en el cuero cabelludo; le escupieron, los gritos de angustia, los puñetazos, los insultos, las burlas.







En lo alto del Gólgota, los soldados le extendieron los brazos en una cruz de madera. Con sus martillos le clavaron las palmas de las manos y las muñecas con enormes clavos; un dolor agudo e intenso le atravesó el cuerpo. La madera le raspaba los surcos ensangrentados de la espalda. Al levantar Su cuerpo, los espectadores vieron la verdad de la que los judíos se burlaban escrita en una placa sobre Su cabeza que decía: Jesús de Nazaret, rey de los judíos.






Cansado, sudoroso y ensangrentado, Jesús hizo lo que sólo podía hacer un Redentor: perdonó a sus asesinos, consoló al delincuente que sufría junto a Él y confió en Su Padre. Cuando Su sacrificio fue consumado, Jesús se entregó a la muerte como sólo el Hijo de Dios podía hacerlo, y entregó el espíritu. Pero Su muerte no era el fin, sino el comienzo para todos nosotros.








Mateo 28:6

“NO ESTÁ AQUÍ, PORQUE HA RESUCITADO, ASÍ COMO DIJO. VENID, VED EL LUGAR DONDE FUE PUESTO EL SEÑOR”.

La tumba vacía en ese jardín de Jerusalén es un recordatorio de que cuando vinieron a observar la tumba; las mujeres que con tanto cariño limpiaron, ungieron y envolvieron Su cuerpo , Su cuerpo había desaparecido, y en su lugar había dos ángeles.

En la puerta de la tumba se repite esa frase: “No está aquí, porque ha resucitado”. Eso recuerda a los visitantes que Jesús no sólo vivió y murió por nosotros, sino que también se levantó de la muerte.

Por causa de que Jesús es el Salvador de la humanidad, cada uno de nosotros puede vivir con Dios de nuevo.

Por causa de que Jesús es el Salvador de la humanidad, cada uno de nosotros puede vivir con Dios de nuevo.






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